martes, 5 de enero de 2010

Sla de Mquinas: El narrador, por Miguel A. Cáliz

La literatura son palabras negociadas. Negociadas lógicamente entre el escritor y el lector. Un compromiso que se establece mediante la selección de las palabras y las frases, pero también por el orden razonado de los sucesos. Para contar con maestría resulta imprescindible que el lector no dude de lo que lee, y a partir de ahí surgirá la posibilidad de conmoverlo o asustarlo. Por ello el narrador debe marcar bien el sendero, evitando que el lector se confunda o tome desvíos a mitad del recorrido. A esta trayectoria firme y definida podemos denominarla credibilidad del narrador. Si no la tenemos nuestra historia jamás funcionará. A efectos prácticos, esto quiere decir:


no confundir el tiempo en el que se está contando el relato
no equivocar la persona desde la que cuenta la acción
no fluctuar en el punto de vista elegido


Cumpliendo estas premisas, que sirven tanto para la narrativa breve como para la novela, los creadores literarios han convencido a sus lectores de que pueden visitar otros tiempos y otros mundos, de que pueden saltarse las normas físicas, de que es posible burlar la muerte. Para alcanzar esa credibilidad decisiva, para prosperar en ese “negocio a medias” que se establece entre escritor y lector, debemos mantener desde el inicio del relato hasta el final del mismo una serie de elecciones que previamente habremos realizado.

1ª) Respecto del tiempo en que se narra la historia:
Es preciso determinar el tiempo en el que sucede la historia: pasado, presente o futuro, con las repercusiones que cada uno de dichos tiempos posee.
Se puede escribir en pasado, lo cual implica obviamente que toda la historia ya ha sucedido y por tanto debe ser conocida por quien la cuenta. Esto no quiere decir que el narrador no pueda mostrar sorpresa por lo que acontezca, ya que a veces se escribe en un pasado inconcluso, un tiempo imperfecto que da la sensación de estar sucediendo a la vez que se narra.

Aunque todo haya sucedido años atrás, o incluso siglos, hay que tratar de incluir en el relato una lógica progresión del tiempo, procurando dar la sensación de que este avanza, porque si los sucesos del relato no dan la sensación de avance el lector tendrá la sensación de que en realidad todo ocurre en la cabeza del narrador.

Veamos como ejemplo de todo esto un fragmento de Memoria de Paulina” de A. Bioy Casares.



“Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. "Nuestras" en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía.
Para explicarme ese parecido argumenté que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anoté en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesía y en cada cosa hay una prefiguración de Dios. Pensé también: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.
La vida fue una dulce costumbre que nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, insensibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por mí, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginábamos un ordenado porvenir, con tiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginábamos con tanta vividez que nos persuadíamos de que ya vivíamos juntos.
Hablar de nuestro casamiento no nos inducía a tratarnos como novios. Toda la infancia la pasamos juntos y seguía habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de niños. No me atrevía a encarnar el papel de enamorado y a decirle, en tono solemne: Te quiero. Sin embargo, cómo la quería, Con qué amor atónito y escrupuloso yo miraba su resplandeciente perfección.
A Paulina le agradaba que yo recibiera amigos. Preparaba todo, atendía a los invitados, y, secretamente, jugaba a ser dueña de casa. Confieso que esas reuniones no me alegraban. La que ofrecimos para que Julio Montero conociera a escritores no fue una excepción.
La víspera, Montero me había visitado por primera vez. Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo. Un rato después de la visita yo había olvidado esa cara hirsuta y casi negra. En lo que se refiere al cuento que me leyó –Montero me había encarecido que le dijera con toda sinceridad si el impacto de su amargura resultaba demasiado fuerte–, acaso fuera notable porque revelaba un vago propósito de imitar a escritores positivamente diversos. La idea central procedía del probable sofisma: si una determinada melodía surge de una relación entre el violín y los movimientos del violinista, de una determinada relación entre movimiento y materia surgía el alma de cada persona. El héroe del cuento fabricaba una máquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Después el héroe moría. Velaban y enterraban el cadáver; pero él estaba secretamente vivo en el bastidor. Hacia el último párrafo, el bastidor aparecía, junto a un estereoscopio y un trípode con una piedra de galena, en el cuarto donde había muerto una señorita. Cuando logré apartarlo de los problemas de su argumento, Montero manifestó una extraña ambición por conocer a escritores.
–Vuelva mañana por la tarde–le dije–. Le presentaré a algunos.”




Observemos:

- Se establece un inicio ordenado temporalmente de la historia: Primeros recuerdos sobre Paulina, segundos recuerdos sobre la relación, aparición de una tercera persona, consecuencias que tiene cada hecho. El resto del relato sigue el devenir de los acontecimientos de la relación entre la pareja, y el “reloj” del relato va avanzando con dichos acontecimientos.
- Hay una selección de los elementos, toda vez que contar en pasado implica que se ha procedido a una reducción de los hechos fundamentales. Se cuentan las anécdotas más trascendentes y se puede conocer el significado de las mismas, como cuando concluye a partir de una anotación en un libro: "Nuestras en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía.”
Después la cosa cambió para la pareja de personajes, pero eso es algo que al narrador ya sabe, y contará cuando convenga mejor al desarrollo de la historia.
- Posibilidad de establecer hitos temporales, de marchar sucesos reveladores que luego van a tener alguna relación con el presente o con otros sucesos del pasado. El narrador dice: Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.
- Al escribir en pasado, resulta fácil incluir otras anécdotas dentro de la historia principal. El “reloj” de la historia puede pararse para explicar algo, para añadir una nueva aclaración, o para incluir otra historia dentro de la principal. Una posibilidad que resulta complicado de llevar a cabo cuando se narra en presente. Por ejemplo la llegada del personaje de Julio Montero con su manuscrito, permite relatar dicho suceso como si fuese una historia dentro de la historia.
Todas estas características hacen el que el pasado sea el tiempo más habitual en la narración, ya que permite un dominio total de la historia.
Aunque resulta poco habitual, se escribe también en presente. Y en este caso el narrador suele ir viviendo con el lector los acontecimientos del relato (riéndose, temiendo, sorprendiéndose). Es un tiempo más complejo ya que estamos acostumbrados a relatar historias que sabemos, y el mismo acto de contar implica un distanciamiento temporal respecto del "suceso". Desvelar algo que está ocurriendo al mismo tiempo que se escribe requiere de una cierta maestría. El presente además limita la capacidad para incluir reflexiones o insertar comentarios de cualquier tipo, ya que el “tiempo” en el cual se desarrollan los acontecimientos no se puede detener.


Veamos por el contrario, como resulta un relato escrito en presente, concretamente “Polvo eres” de Juan Bonilla:


“En una habitación de un motel de las afueras.
Las luces de los coches reptan por el techo como serpientes sorprendidas, y el foco policial de la luna perfora el aire sombrío con una franja de luz coagulada que se estrella contra un montón de ropa sucia.
En un rincón, sobre baldosas desgastadas, una mujer a 1a que las pústulas y la desnutrición no han logrado callarle enteramente la belleza, se acaba de inyectar heroína en un tobillo.
La droga no tarda en difundir sosiego por su cuerpo diezmado, colgando piedras de sus párpados, disecando fantasmas en su cerebro, obturando de flema sus intestinos, borrando alrededor todas las cosas con una gasa negra.
El viento le arranca a los árboles una canción antigua que en el interior de la mujer se transforma en la nana con la que su madre la acunaba.
Débilmente sus labios la tararean mientras va hundiéndose en un abismo de sueño o de inconsciencia.
La noche transcurre con la lentitud de una guerra perdida y humillante.
A alguna hora de la madrugada alguien empuja la puerta, y entra en la habitación, y enciende la luz que en la embaucada percepción de la mujer es el sol matinal que incendiaba el aire del cuarto de su infancia.”




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