La secular marginación del género fantástico en las letras españolas se ha venido operando en el mercado editorial a pesar del empuje y la calidad de autores incontestables como José María Merino, Cristina Fernández Cubas o el primer Juan José Millás, que han centrado buena parte de su obra en dotar a las constantes del género de un perfil autóctono y singular en obras de gran altura creativa. Pero es quizá la aproximación personal que vienen haciendo las últimas generaciones de narradores la que ha revitalizado el cuento fantástico y le ha aportado una modernización conceptual muy saludable. En esta nueva camada de autores cabe incluir a Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974), uno de los mejores especialistas en cuento fantástico escrito en castellano de la actualidad, que acaba de presentar De mecánica y alquimia, su segunda colección de narraciones breves.
Un primer análisis de los modos creativos de Rengel nos hace entroncar su prosa en esa feliz tradición de escritores hispanoamericanos que concebían la Literatura como una conjunción exquisita de fondo y forma, cuidando los aspectos estilísticos mediante una escritura precisa y bella, esa línea que parte de Macedonio Fernández, encuentra continuidad en Felisberto Hernández, Arreola, Borges o Cortázar y nutre hoy a algunos de los nuevos creadores de la perturbación fantástica. Los cuentos de Juan Jacinto están construidos, además, con un estilo orgánico, meticuloso y rico en matices idiomáticos infrecuente, por desgracia, en gran parte de las creaciones literarias españolas de hoy, más preocupadas en el alcance masivo de las obras que por el enriquecimiento de la lengua. Estamos, pues, ante un delicado tejedor de palabras que evita la pirotecnia vana para adecuar el virtuosismo a las historias que cuenta.
Si su primera obra, 88 Mill Lane, asumía de manera consciente el acerbo borgiano (tratamiento de las especulaciones espacio-temporales, la identidad, los mundos que se autocontienen…), en De mecánica y alquimia el abanico de temáticas y enfoques se multiplica para mostrar una panorámica amplia (del género negro al cuento de terror, de la literatura especulativa al fantástico clásico, de la protoficción al posibilismo futurista) que renueva géneros y subgéneros al hibridarlos en una concepción fractal que aporta a su obra una naturaleza mutante donde cada parte modifica el conjunto a través de una sutilísima red de interconexiones temáticas e intelectuales.
En este sentido, la arquitectura de la obra remite, conscientemente, a un orden cronológico que otorgue unidad a sus intenciones narrativas y un alcance conceptual que no es otra cosa que una reinterpretación de la Historia desde el punto de vista de la tradición filosófica y el desarrollo del conocimiento. Así, la alquimia, como protociencia medieval que aúna la química, la mecánica, la brujería o el mito, es aquí el vehículo que permite hilar cada cuento con el resto para conformar un corpus teórico sin salir de los límites fabuladores del género fantástico: la evolución dialéctica de la civilización desde la imagen mitológica o supersticiosa del mundo hasta la progresiva sustitución que en ésta se opera a través de la mecánica y las utopías que procura la ciencia.
El cuento que abre el volumen, El libro de los instrumentos incendiarios, ambientado en la taifa del Toledo musulmán del siglo XI ilustra esta concepción evolutiva. En una trama policíaca que lleva al jefe de policía de Toledo a investigar la desaparición del escriba del rey y los misteriosos incendios que asolan esporádicamente la ciudad para desentrañar toda una trama conspirativa alrededor de un libro avanzado para su época que permite la destrucción a través del poder lumínico de las lentes, Muñoz Rengel traza con mano maestra y en un admirable crescendo de tensión esa lucha entre el logos y la creencia supersticiosa, entre lo sobrenatural y la metodología empírica que alumbra los procesos de cambio histórico. Esta misma concepción que pretende desarticular el mito y las tradiciones populares en pos de la verdad de la lógica se hace también palpable en la deliciosa fábula medieval de El relojero de Praga, donde la construcción del reloj astronómico y la naturaleza misteriosa de su creador son refutadas por el azar de una revelación inopinada y sorprendente.
Lo hermético y lo misterioso (lo alquímico, en definitiva) sirven al autor como vertebraciones de un mundo de secretos que laten bajo la superficie regular de la verdad aceptada. Es aquí donde Muñoz Rengel se muestra un como un sensacional tahúr: en una mano porta la realidad demostrable (empírica) y en otra corrientes subterráneas que no podemos ver pero sí intuir; en un rápido movimiento son ambas intercambiadas y queda trastocado el orden que creíamos establecido: sustituye la realidad palpable por la verdad soñada o fabulada, buscando las fronteras de confusión entre Historia y mitología, como en una pintura de Escher, donde desconocemos si es lo pintado o el observador el que recrea lo imposible. Lapis philosophorum es ejemplar al respecto, al mostrarnos a ese inédito descendiente de Nostradamus, que en su simplicidad de ayudante del alquimista Alexandre de Arnim en la Provenza monacal del siglo XVI se revela finalmente como un anticipador involuntario de aterradoras visiones de la Segunda Guerra Mundial y del fin de los días, atestiguando así la tesis de que la búsqueda de claves explicativas del mundo puede llegar a desmontar la concepción de progreso que cada época construye alrededor de su limitadísimo entramado de ideas y técnica. Aquí, la hipótesis de Rengel alcanza valores de desaliento: todo lo que hoy es progreso, mañana será ceniza arcaizante. Los cuentos se disponen, entonces, al igual que la ciencia y el pensamiento, como capas sucesivas y remanentes de una certeza que no será nunca desvelada del todo: el concepto de verdad es un artificio y un proceso que requiere devastaciones de lo existente para volver a levantar sobre la nada nuevos edificios intelectuales que serán más tarde cascotes efímeros.
La precisa fusión de la fabulación pura y la especulación filosófica o metafísica dota a De mecánica y alquimia de una singular naturaleza moralista (que no moralizante) cercana a las compilaciones medievales (pienso en las narraciones de Bocaccio, en el infierno de Dante o las fábulas alquímicas de Nicolás Flamel, George Ripley o el teólogo Johann Valentin Andrae). Su inteligente construcción permite integrar en armonía lo narrado y lo expositivo. Por ello, no chirría en estos cuentos la inclusión de motivos alegóricos de la cultura europea entre lo espiritual (la piedra filosofal, el gólem, el libro como objeto revelador) y el progreso cimentado en el abandono de lo etéreo por el sustituto mecánico (la clepsidra, el reloj astronómico, el autómata), dando a la obra un tono multiforme resuelto con magistral control de los recursos intelectuales, expresivos y temáticos. En este sentido, resulta paradigmática una narración como La maldición de los Zweiss, cuya alegoría de los principios gestores del mal (entre el innatismo y la influencia morbosa de los agentes externos, sobrenaturales o no) remite a obras como La mandrágora, de Hans Heinz Ewers, o más recientemente Tres bosquejos del mal, de Jorge Volpi, rayando en un sadismo de enorme fuerza expresiva, al modo de un cuadro de El Bosco o Brueghel o una gárgola gótica alzada y expectante. También el bellísimo El faro de las islas de Os baixos, donde lo espectral y lo real se funden en la figura de ese farero solitario y sus visitantes intempestivos que remiten a las obras de Algernon Blackwood o los cuentos victorianos de fantasmas, ambigüedad estupendamente resuelta mediante la sutileza matizada del tono y los espacios mudos que trazan las elipsis narrativas.
Pero en este crescendo histórico y narrativo son dos los relatos capitales que sirven a modo de bisagra en la obra: El sueño del monstruo y Res cogitans. El primero recurre a la figura romántica del escritor victoriano casi ágrafo, de raíz bartlebyana que, sin embargo, intuye y anticipa como suyas obras de autores venideros (Verne, Wells, Borges) pero no consigue materializar en su propia escritura, aludiendo al carácter inconsciente del artista como crisol de ideas del pasado y anticipador de lo venidero, remitiendo también a esa concepción de la Historia que Rengel traza como un fractal donde el eterno retorno se cumple tanto en lo pretérito como en aquellas realidades que pertenecen a un futuro aún no perfilado. Res cogitans, por su parte, es todo un tratado o compendio de la dialéctica filosófica que entablan las principales corrientes del pensamiento occidental (el racionalismo cartesiano, el panteísmo de Spinoza o el idealismo de Hegel y Kant) representadas por la caja negra que simboliza el pensamiento puro, el gólem y el autómata. Este proceso donde el logos y lo ancestral entran en colisión nos llevará finalmente a los cuentos que cierran el libro (Brigada Diógenes y Pasajero1/1) que prefiguran anticipaciones de mundos futuros (la asepsia definitiva de los basureros de un planeta donde no cabe la decadencia ni los vestigios de un pasado en ruinas que nadie quiere mantener vivo, o la posibilidad final de la reconstrucción de un mundo devastado que deberá realizarse a través de la inteligencia artificial que sólo el aliento humano creador puede despertar), dentro no ya de refutaciones de lo histórico sino de un posibilismo distópico.
Los personajes de los once cuentos incluidos en De mecánica y alquimia parecen buscar verdades de carácter universal (Dios, la piedra filosofal, la resolución de un misterio especulativo o de las posibilidades de un porvenir que se anticipa incierto…) que justifiquen su vida y aplaquen sus dudas y temores, luchando así lógica y creencia, materia e idea, hombre y máquina… En esta tensión dialéctica que deberá resolverse en la mente y el discernimiento del lector, Muñoz Rengel nos muestra una obra rotunda, que crece a cada lectura gracias a la belleza incontestable de unas historias desbordantes de imaginación y de hondura intelectual. De mecánica y alquimia es, en definitiva, una joya literaria que pretende por igual mover nuestra materia pensante tanto como los músculos de nuestra cara en una sonrisa de satisfacción por los fabulosos momentos lectores que nos regalará (ayer, hoy, mañana) esta obra imprescindible.
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