lunes, 5 de abril de 2010
"Matar por amor", de Giorgio Scerbanenco, (trad. José Abad, Almuzara, 2010)
Paseo por el amor y la muerte
-Miguel Sabadejo-
Giorgio Scerbanenco tenía una facilidad innata para tramar historias y una soltura pareja a la hora de tejerlas en el tapiz inagotable de la página en blanco. Fue un digno exponente de lo que calificaríamos “profesionales de la ficción”; en algo más de tres décadas de dedicación a la escritura, puso punto final a ochenta y dos novelas y un millar de relatos, buena parte de los cuales permanecen diseminados por hemerotecas, dentro de revistas de hojas amarillentas, en espera de ser recopilados en volumen. Roberto Pirani, uno de los principales impulsores de la reivindicación y recuperación de su figura y obra, reunió una veintena de estos relatos dispersos en Matar de amor. La antología, editada inicialmente en Palermo en 2002, acaba de ser puesta en el mercado español por Almuzara; una iniciativa a tener en cuenta, pues todo indica que, sorteada la defenestración y superado el olvido, se seguirá hablando de él en el futuro. El próximo año, sin ir más lejos, se celebra el primer centenario de su nacimiento.
Scerbanenco ha sido el primer clásico de la narrativa criminal en Italia. A principios de la década de los 40, con Benito Mussolini al timón de la nación y rumbo al desastre, el escritor comenzó a foguearse en el género en una serie de novelas ambientadas no por casualidad en Estados Unidos, lejos del limbo fascista, y protagonizadas por Arthur Jelling, un miembro de la policía de Boston. A pesar de una manifiesta simpatía por los patrones norteamericanos, sus referentes no serían sólo trasatlánticos, y en Matar de amor hallamos interesantes acercamientos a los modelos propugnados por la escuela inglesa (Agatha Christie y el suspense de salón) o la escuela francesa (Georges Simenon y el mundo de la provincia). La consagración le llegaría tarde, en la década de los 60, gracias a una serie de novelas ambientadas en Milán y con Duca Lamberti como protagonista. Por desgracia, Scerbanenco estaba condenado a no saborear las mieles de la fama; la vida se le acabó a sólo cincuenta y ocho años, hay que joderse, cuando las cosas empezaban a irle bien.
Los relatos recogidos en Matar por amor pertenecen al período 1948-1952. Los elementos comunes a prácticamente todas las piezas son una relación sentimental y desequilibrada que acaba derivando en delito -en asesinato a veces, no siempre-, y transforman la lectura en un paseo por el amor y la muerte, o por ciertas manifestaciones extremas del amor y la muerte. A pesar de manejar unos mismos o similares ingredientes en esta gavilla de relatos, Scerbanenco no se repite. Los destajistas de la ficción acostumbran a hacerlo; los profesionales, no. Sus tramas nunca son previsibles y no sólo porque apueste por intrigas ingeniosas, sino porque jamás olvida el componente humano, las implicaciones emocionales de unos personajes en situaciones límite, en una de esas circunstancias en donde afloran las facetas más hondas e inesperadas de la naturaleza humana.
Giorgio Scerbanenco, que escribió a menudo bajo seudónimo, convirtió esta práctica en estratagema. Con el alias de Jean-Pierre Rivière escribió cinco de las historias aquí recogidas, todas de ambientación francesa, y con un toque melancólico muy peculiar, como en la narración «Una menos», en la que un acomodado farmacéutico vuelve a encontrarse con una novia de juventud, caída en desgracia, que pretende aprovecharse del amor que aún siente por ella… Bajo el heterónimo de John Colemoore firmó, en cambio, varios relatos ambientados en Estados Unidos, en un tono más lacónico quizás, como en «La mujer de Antony», historia de una mujer acusada de dar muerte a su esposo y que acaba contrayendo matrimonio, sin saberlo, con el auténtico asesino… En los textos firmados con su propio nombre, por contra, Scerbanenco hace gala de una sutil ironía: en «Una recién casada» vemos cómo una jovencita desposada con un hombre mucho mayor prepara cuidadosamente la coartada que la ha de eximir, ante los ojos del mundo, de la muerte “accidental” del marido. Hablamos de una pieza, como otras muchas, modélica.
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